Nueva literatura caribeña: identidad, nostalgia y memoria
La Casa de América ha presentado tres obras publicadas por la editorial ‘La Moderna’, que se enmarcan en el género de la literatura caribeña
Durante el siglo XX, las literaturas del Caribe se han revalorizado y dado a conocer en los ámbitos intelectual e institucional hasta el punto de que ya forman parte habitual del panorama literario. En la literatura caribeña hispanohablante destacaron escritores como los cubanos Alejo Carpentier y Antonio Benítez Rojo o el dominicano Juan Bosch. Tampoco han faltado voces femeninas: entre ellas, por ejemplo, las escritoras puertorriqueñas Ana Lydia Vega (ganadora del Premio Casa de las Américas), Julia de Burgos (considerada por muchos críticos como la más destacada poeta puertorriqueña) o Angelamaría Dávila (miembro de la Generación del 60, y en particular del colectivo literario Guajana).
En la Casa de América de Madrid, David Matías, el editor de la editorial La Moderna, junto con Ariana Basciani, periodista cultural en este medio, presentó tres de los libros de su catálogo. La esquina del mundo, de la autora cubana Mylene Fernández Pintado; Penínsulas rotas de Magdalena López y una antología de relatos cortos llamada Más que islas. Antología de cuentistas del Gran Caribe hispano, coordinada por Magdalena López. En la mesa de debate participó la consagrada escritora cubana Karla Suárez, que también forma parte de la antología y Dagmary Olívar, directora de YoSoy el Otro, asociación cultural de migrantes caribeños y americanos en Madrid. El editor afirma que «su casa editorial es feminista y atiende a la escritura de autoras, al igual que pretende establecer un puente hacia el Caribe y el resto de América».
La primera novela, escrita por Mylene Fernández Pintado, trata de una historia de amor entre una profesora de literatura en la Universidad de la Habana y un joven escritor. Los dos, muy diferentes en su modo de ver la vida –ella tímida, sin demasiadas ambiciones, él misterioso y bohemio–, tratarán de encontrar el balance juntos o por separado en una inestable y frágil Habana. Se trata aquí de una novela que no pretende narrar la Cuba fidelista, sino más bien demostrar la difícil cotidianidad de los cubanos, su precariedad y cómo subsisten en la actualidad. Los sucesos y las luchas del día a día. La escritora –actualmente vive entre Cuba y Suiza– trata de encontrar su identidad a partir de la escritura desde su migración a Europa. «Cuba es para escribir, y Suiza es para buscar información porque hay internet y ahí reviso todo. El personaje masculino – el despertador de emociones dormidas en el personaje femenino– nació en el Malecón. No tenía dónde escribir las tres ideas que se me habían ocurrido y había un señor caminando. Le pregunté si me podía dar un papel y el hombre me dio un pedacito de papel y así nació todo», afirma Mylene Fernández Pintado. A la pregunta de si queda alguna esquina del mundo donde siente que pertenece (aludiendo al título de la novela), ella responde que no se halla en ningún sitio. Es esa una reflexión profunda que hay en el fondo de este libro: ¿Quiénes somos cuando sentimos ese desarraigo?
El segundo volumen presentado, Penínsulas rotas de Magdalena López está a mitad de camino entre el género epistolar y el relato en primera persona, para plantear disputas por herencia, hijos secretos y otras insatisfacciones personales. «El espacio caribeño en realidad es un conjunto de redes donde la regla se toca en una punta y se levanta en la otra. Estamos todos conectados y era una manera de dejar de mirarnos el ombligo. Me interesaban las relaciones con el resto de países», cuenta la escritora. En este libro explora, con una estructura coral, el contexto histórico de Venezuela en el siglo XX para entender en profundidad la situación actual del país: «En la novela hay una parte personal, pero también una más intelectual, más académica. He tratado de mostrar cómo los venezolanos nos relacionamos con el mundo».
Magdalena López ha explicado que recurre a personajes de variadas generaciones pues le permiten pensar qué es lo que ha pasado en tiempos anteriores para llegar a la situación actual de Venezuela. También usa esta técnica para tratar de empatizar con los protagonistas del pasado reciente que, a veces parecen muy distantes, y con ello acortar esa distancia y lo más importante, entender sus fracasos: «Soy defensora del fracaso porque creo que es la experiencia que nos tocó vivir y pienso que el fracaso tiene una gran posibilidad creativa. Nos mueve y nos moviliza, nos hace aprender. Además, el éxito no se corresponde con la historia de nuestros países. Tenemos que convivir con una ética grandilocuente y un patriotismo con mayúsculas que no se corresponde con nuestras realidades». Termina el libro con la tesis de que es necesario no removerse en la propia nostalgia para entender el pensamiento de las otras generaciones.
Por último, se presentó una antología de cuentos – una ventana para mostrar la diversidad cultural caribeña –, escrita por una decena amplia de mujeres. El volumen constituye una radiografía del Caribe a través de narraciones que tratan la precariedad del día a día y también de mujeres que sufren violencia machista frecuentemente hasta el punto de que a veces normalizan la situación. La coordinadora de este proyecto, Magdalena López, afirma que su intención era «mostrar un Caribe que fuera más allá de los limites nacionales, mucho más rico no solo en términos espaciales y geográficos, sino también culturales».
«Me interesaba hablar de las relaciones de pareja, del machismo que hay en nuestros territorios, de los dos lados: tanto del hombre como de la mujer. Y cómo eso se enquista y se convierte en enfermedad», cuenta Karla Suárez sobre su relato. Son temas que ella piensa que hay que seguir tratando porque forman parte de nuestra sociedad y es muy importante poder hablar de ellos sin tabúes. «Las cosas cotidianas afectan a las más simples. Como por ejemplo el tema de la menstruación. Mi protagonista habla de ello porque no tiene compresas. Era algo con lo que teníamos que lidiar cotidianamente, había que inventar soluciones. Si existen las compresas no pensamos en ello, pero se convierte en problema cuando algo tan sencillo no está en la vida diaria de una», continúa diciendo la escritora.
Con el nombre Más que islas se pretende enseñar que las zonas del Caribe no son únicamente playas con arena blanca y hoteles de lujo, sino que es una tierra que pertenece a su gente, son raíces para esas mujeres y todavía siguen analizando y encontrando su origen en ese océano tan azul celeste.
El tema frecuente que está en las tres novelas que se han presentado es la búsqueda de la identidad tras la migración. Las escritoras comentan que cuando vivían en sus países de origen difícilmente se daban cuenta de la realidad en la que permanecían. Cuando se mudaron a otro territorio, ya desde la distancia, con unos ojos más nostálgicos y con otra visión más clara empezaron a construir el relato de sus raíces. «Me pasa como con los espejos: cuando te alejas, ves mejor la imagen. Uno cuando está en un lugar no tiene la noción de pertenecer a nada. Yo sabía que vivía en el Caribe porque me lo dijeron en la escuela y había un mapa, pero para mí no era nada especial. Luego, empecé a ver el Caribe por los libros que leía. Después, cuando uno está en un lugar lejano, empieza el reconstruir su país. Como no vivía ahí, lo tenía que reconstruir en la literatura», cuenta Karla Suárez. «Pienso que uno termina por no estar en ningún lugar. Siempre se está en una especie de limbo. Hay tantas migraciones como migrantes», acaba diciendo una Mylene Fernández Pintado muy emocionada.